El Conde

Xariell Sarabia

Otros especiales

 

A mí me dicen macho del cimarrón
Pase lo que pase sigo mi son

De los salones del cielo
Me mandaron a buscar
Porque Dios tenía anhelo
En oírme improvisar

 

 

Hay un mito establecido que pregona que la mayoría de los salseros famosos son buena gente porque vienen del barrio. No me consta, pero de todos modos algunos se empeñan en demostrarlo. Uno de esos, que basó su carrera a fuerza de voz, pero también de amabilidad y caballerosidad, fue Pete El Conde Rodríguez. Nacido en Ponce, Puerto Rico y fallecido en diciembre de 2000, en el Bronx, a los 67 años.

La última vez que vi a El Conde no la olvidaré jamás: Una noche de 1993 en que se suspendió el ensayo de la obra de teatro en que trabajaba, presentaban en el Poliedro un espectáculo que se llamaba algo así como "Los caballeros de la salsa", decidimos, mi compañera de tablas y yo, asistir. Al llegar al lugar nos dimos cuenta de que, al igual que nuestro ensayo, el concierto estaba suspendido. A cambio del gran cartel, fuimos al local de salsa por excelencia de Caracas, El maní es así, pensando que tal vez algunos de los músicos del fallido evento pudiese estar descargando ahí. Y si no, había rumba de todas maneras. Sin duda tuvimos suerte porque en el local de la avenida Solano estaba entre otros Pete El Conde Rodríguez.
La orquesta de turno trataba impacientemente de sacar de sus recuerdos los arreglos del cantante, que estaba dispuesto a cantar. La experiencia en versiones, y la maña de la banda, les permitió finalmente acompañar al puertorriqueño que espontáneamente puso su voz, sólo por el deseo de hacerlo, en unas cuatro piezas. Al finalizar, después de la ovación de los presentes, se despidió de todos, y cuando digo de todos es porque el moreno amable pasó mesa por mesa, persona por persona, para decir adiós. Cuando me tocó el turno, me abrazó como si fuera mi hermano. Y me lo creí, y me dije "este tipo es mi pana".

Si se repasa su discografía, sus canciones confirman el sentimiento de la noche de marras. Por lo general hablan de la amistad, de la familia, de la unidad latinoamericana -por ejemplo Pueblo Latino, que sería una de las pieza que utilizaría dentro del repertorio de las Estrellas de Fania-.
A principios de las años sesenta Johnny Pacheco lo incorpora a su orquesta porque su tono de voz de sonero viejo, muy de la escuela de Benny Moré, encajaba bien en su concepto del "tumbao añejo". Esta pareja fue emblemática. Cuando Rodríguez probó suerte como solista, Pacheco se buscó a Héctor Casanova, una voz de timbre similar al del Conde, para, de alguna manera continuar con su estilo.
Catalina La O, sería su canción emblema durante el boom de la salsa en los setenta, que aparece en su primer álbum solo, Este negro si es sabroso, disco que seguía la misma estructura del tumbao de Pacheco.

Ya sea por uno o por otro tema, todos los discos que publicó con Pacheco son recomendables, sobre todo si aparecen canciones como: La esencia del guaguancó, Convergencia, Azuquita pa' ti, Sonero, Qué pelota, o sus dúos con Celia Cruz, tanto en la banda de Pacheco como con la Fania All Stars. La picardía, lo Caribe y el dominio de la clave fueron una constante.
Fue siempre titular con Fania All Stars. De las sesiones con las estrellas hay que recordar el tema Macho Cimarrón, en el concierto del Cheetah, interpretada magistralmente por El Conde en plena facultad y alegría disputándole titularidad a la flauta de Pacheco.

Ése era mi pana El Conde.